☄️ Amenazas del Futuro [ 🎬 DOCUMENTAL ]
7 amenazas de nuestro próximo futuro:

La posibilidad de que nuestra civilización se enfrente a un riesgo catastrófico en un futuro próximo se ha comparado a sacar una bola negra de una urna. Hasta ahora, solo hemos sacado bolas blancas o grises, que representan eventos sin riesgo o con un riesgo mínimo, pero muchos creen que, tarde o temprano, la humanidad sacará una bola negra.

Los riesgos catastróficos globales potenciales se clasifican convencionalmente en antropogénicos o no antropogénicos. Ejemplos de riesgos no antropogénicos incluyen el impacto de asteroides o cometas, la erupción de un supervolcán como Yellowstone, una pandemia incontrolable, una ráfaga de rayos gamma letal, la explosión de una supernova muy cerca de nosotros, una llamarada solar mortal y más.

Los riesgos antropogénicos son los causados por los seres humanos y abarcan los riesgos relacionados con la tecnología, la gobernanza y el cambio climático. Los riesgos tecnológicos implican la creación de inteligencia artificial desalineada con los objetivos humanos, así como el uso distorsionado y descontrolado de campos como la biotecnología y la nanotecnología.

Los riesgos catastróficos en el ámbito de la gobernanza del sistema terrestre incluyen el calentamiento global, la degradación ambiental, la hambruna debido a la distribución desigual de los recursos, la sobrepoblación humana, las fallas de los cultivos y la agricultura insostenible.

Hemos elegido, según nuestro juicio, las siete catástrofes más probables -o al menos las más amenazadoras-, asignando a cada una de ellas un porcentaje de probabilidad de que ocurra para el año 2200. Es importante tener en cuenta que ninguna de estas catástrofes, ya sean naturales o artificiales, podría resultar en última instancia en la aniquilación total de nuestra especie. La consecuencia más probable podría ser a lo sumo una diezmación de la población mundial y un regreso a una era de dificultades y salvajismo.

¿Las exploramos juntos?

El documental:

https://youtu.be/bd3vSc2srPY

Amenazas del Futuro:

Impacto de asteroides o cometas

Millones de objetos de diversos tamaños orbitan el Sol. Los astrónomos consideran que cualquier objeto de al menos 140 metros de tamaño cuya órbita lo acerque al planeta a menos de 7,4 millones de kilómetros es una amenaza para la Tierra. Si un cuerpo celeste de este tipo colisionara con la Tierra, podría destruir una ciudad entera y causar una devastación regional extrema. Los objetos más grandes, de 1 km o más de tamaño, podrían tener efectos globales e incluso provocar extinciones masivas.

El impacto más famoso y destructivo ocurrió hace 66 millones de años, cuando un asteroide de 10 km de diámetro se estrelló en lo que hoy es la península de Yucatán. El impacto aniquiló a la mayoría de las especies animales y vegetales de la Tierra, incluidos los dinosaurios.

Sin embargo, incluso los objetos más pequeños pueden causar daños significativos. En 1908, un cuerpo celeste de unos 50 metros de diámetro explotó sobre el río Tunguska en Siberia, generando una onda de choque que arrancó de raíz más de 80 millones de árboles en un área de 2.100 kilómetros cuadrados. En 2013, un asteroide de solo 20 metros de diámetro explotó sobre Chelyabinsk, Rusia, liberando energía equivalente a la de 30 bombas de Hiroshima, hiriendo a más de 1.100 personas y causando daños por valor de 33 millones de dólares.

Aunque las posibilidades de que un cuerpo cósmico más grande impacte con la Tierra son pequeñas, la devastación que causaría sería enorme. Por eso, la NASA ha completado el censo de todos los asteroides peligrosos de más de 1 km de diámetro y está en proceso de completar el de los asteroides de al menos 140 metros de diámetro.

Hasta la fecha, los astrónomos han identificado casi 30.000 asteroides con riesgo de impacto, de los cuales unos 10.000 tienen un diámetro de al menos 140 metros y mil miden al menos 1 km. Se detectan alrededor de 30 nuevos objetos cada semana.

Conocer constantemente la posición de cualquier objeto que cruce la órbita de la Tierra es esencial para proteger el planeta de los peligros cósmicos. La detección temprana es igualmente crucial si queremos interceptar, destruir o alterar la trayectoria de un asteroide. Con la tecnología de la que disponemos hoy en día, podemos minimizar el riesgo de un impacto catastrófico en un factor de uno entre 10.000, según nuestras estimaciones, de aquí al año 2200.

Otros peligros cósmicos

No hace mucho tiempo, el cambio climático y la guerra nuclear eran en gran medida desconocidos. Hoy en día, son riesgos cuyos efectos devastadores ya hemos presenciado, y tememos que puedan empeorar significativamente. Por eso existe la posibilidad de que ni siquiera hayamos concebido lo que más probablemente nos dañe.

Del espacio exterior podrían surgir peligros mucho menos predecibles que los causados por los asteroides y los cometas. Una ráfaga de rayos gamma o una supernova, por ejemplo, serían tan devastadoras que podrían acabar con la humanidad sin que tuviéramos ninguna defensa, mientras que una tormenta solar potente y anómala podría causar un daño inmenso a nuestra civilización e infraestructura tecnológica. En conjunto, creemos que estos eventos tienen una probabilidad de uno entre 5.000 de ocurrir para el año 2200.

Erupción supervolcánica

Hace unos 75.000 años, la explosión de un supervolcán bajo el lago Toba en Indonesia enfrió aún más el clima de nuestro planeta, que ya estaba experimentando una grave glaciación. Esta erupción fue posiblemente el mayor evento volcánico de los últimos 25 millones de años, y redujo la población humana a solo unos pocos miles de individuos.

Fue esencialmente un paso antes de la extinción. En este caso, también, el factor desencadenante del desastre medioambiental fue la emisión de cenizas que oscurecieron el Sol durante semanas, lo que provocó la destrucción del ecosistema y una nueva glaciación.

¿Cuál es la probabilidad de que ocurra hoy? Es difícil de decir, pero los datos sugieren que a escala global, una erupción de esa magnitud podría ocurrir en promedio cada 17.000 años. Si ese es el caso, entonces estamos atrasados: el último evento del que tenemos conocimiento se remonta a hace 26.500 años en Nueva Zelanda.

Sin embargo, el daño catastrófico al planeta no requiere necesariamente una supererupción. Hay que recordar que en 1815, la erupción del Tambora, también en Indonesia, desencadenó una pequeña glaciación en todo el mundo, que alcanzó su máximo en 1816 durante el famoso "Año sin verano", y casi acabó con las cosechas de trigo.

Actualmente, no tenemos forma de predecir las erupciones con más de unas pocas semanas o meses de antelación, pero los científicos están monitoreando varias áreas de riesgo, incluida la supercaldera de Yellowstone, que entró en erupción por última vez hace 640.000 años. Creemos que la probabilidad de que uno de estos eventos ocurra para el año 2200 es de una entre mil.

Guerra termonuclear

Esta es sin duda la pesadilla más recurrente en el imaginario colectivo. Miles de ojivas atómicas están preparadas para ser lanzadas en cuestión de minutos, una realidad preocupante dado que la mayor amenaza de una guerra nuclear podría provenir de un accidente o incluso de un mero problema de comunicación. En múltiples ocasiones desde los años 60, los oficiales rusos han decidido no lanzar un arma nuclear en respuesta a lo que luego descubrieron que eran falsas alarmas.

Más allá del horrible número de víctimas inmediatas, los expertos han determinado que en cualquier escenario de conflicto, debido a los inmensos incendios y las literales "tormentas de fuego" provocadas por los dispositivos, se liberarían nubes de humo y polvo tan vastas y densas que oscurecerían el sol durante un período de tiempo lo suficientemente largo como para aniquilar todos los cultivos del planeta.

Un "miniinvierno" nuclear no muy diferente del que provocó el asteroide que llevó a la extinción de los dinosaurios no aviares hace 66 millones de años, al final del período cretácico.

Si Estados Unidos y Rusia se bombardearan mutuamente con más de 4.000 ojivas nucleares de cien kilotones, se liberarían a la atmósfera unos 150 millones de toneladas de polvo. En el primer mes de la guerra, la temperatura de la Tierra descendería repentinamente en 10°C, peor que lo que se observó en la última verdadera glaciación.

La situación en los mares y océanos se volvería catastrófica. La falta de luz y las bajas temperaturas acabarían con el fitoplancton y las algas marinas de la base de la cadena alimentaria; poco después, seguirían el zooplancton y los organismos progresivamente superiores debido a la hambruna generalizada.

Además de la destrucción de los ecosistemas marinos, el enfriamiento brusco provocaría que el hielo se expandiera en más de 15 millones de kilómetros cuadrados, llegando a ser casi dos metros más grueso. Muchos puertos y regiones costeras del hemisferio norte se volverían innavegables, y ciudades enteras, o lo que quede de ellas, quedarían aisladas de los suministros regulares de alimentos y materiales.

Todo ello sin olvidar el número de víctimas, cientos de millones, si no miles de millones, arrasadas por las explosiones, las secuelas de la radiactividad, el colapso de los equilibrios ecosistémicos o simplemente el fin de la civilización.

A esta catástrofe le asignamos una probabilidad del 9 sobre cien de que ocurra antes del año 2200.

Pandemia incontrolable

En dos ocasiones en la historia moderna, las plagas se han extendido por todo el mundo, matando a cerca del 15% de la población en unas pocas décadas. Esto ocurrió en los siglos V y XIV, respectivamente, pero existe un grave riesgo de que una nueva enfermedad infecciosa pueda causar otro brote, especialmente dada la población urbana y móvil global actual.

Afortunadamente, las enfermedades altamente letales capaces de propagarse por todo el mundo son raras. Sin embargo, ocurren: hace un siglo, la gripe española se cobró más de 50 millones de vidas. Los brotes recientes como el SARS y el Ébola en los últimos años sirven como señales de advertencia, sin mencionar la reciente pandemia de COVID-19, que se ha cobrado la vida de 7 millones de personas en todo el mundo en solo dos años.

Los antibióticos, nuestra mayor defensa contra las enfermedades, se están volviendo menos efectivos a medida que algunas cepas de bacterias desarrollan resistencia a ellos. Las bacterias resistentes a los antibióticos son responsables de aproximadamente 700.000 muertes anuales. Si no desarrollamos nuevos avances, se estima que ese número alcanzará los 10 millones para 2050.

A estas preocupaciones se suma el reciente auge de los virus "zombies", aquellos virus que han estado en animación suspendida durante millones de años en el permafrost ártico. Existe la posibilidad de que el calentamiento global pueda descongelar sus tumbas heladas, devolviéndolos a la vida.

Es cierto que la ciencia médica ha mejorado significativamente desde la época de la gripe española. Sin embargo, la otra cara de la moneda es que la movilidad de las cosas y las personas ha aumentado exponencialmente, y cada vez más personas viven en áreas urbanas densamente pobladas. Esto hace que la transmisión mundial de un virus potencial sea mucho más que una posibilidad.

Para este tipo de catástrofe, asignamos una probabilidad de 15 de cien de que pueda ocurrir para 2200.

Bomba demográfica

El Homo sapiens se reproduce de forma incontrolada, lo que pone a prueba nuestra capacidad para alimentar, alojar y vestir a los más de 130 millones de recién nacidos que llegan al mundo cada año. A medida que los humanos abarrotan el planeta, los bosques desaparecen, la vida silvestre se extingue y la atmósfera se calienta. Cuanto mayor es nuestro número, más se ve envuelta la especie humana en un crescendo de crueldad hacia el medio ambiente y los animales, tratándolos como meras mercancías.

Las áreas cultivadas para alimentar a los actuales 8.000 millones de personas ya están al máximo de su productividad. No podrán darnos más, ni siquiera duplicando los millones de toneladas de pesticidas. Las grandes ciudades se han vuelto inhabitables, cada vez más llenas de inadaptados sociales que han abandonado toda esperanza y cualquier forma de convivencia civilizada.

Si no podemos desactivar la bomba demográfica, nos enfrentamos a un futuro de creciente pobreza, escasez de alimentos, conflictos y degradación ambiental. A menos que haya una reducción drástica del crecimiento de la población, un recorte rápido de las emisiones de gases de efecto invernadero y un cambio global a una dieta vegetariana, todas tendencias que actualmente se mueven en la dirección opuesta, lo que nos espera es un futuro al estilo de Blade Runner para la mayoría de los habitantes del planeta.

Si todo va bien, se dice que el crecimiento de la población mundial se detendrá en torno a los 10-11 mil millones de personas para 2100. Luego, las cifras disminuirán inexorablemente, con todas las consecuencias de un mundo habitado por personas mayores. Y esto, por razones obvias, será la otra cara de la moneda. La probabilidad de que para 2200 todo esto conduzca a un colapso del sistema es, en nuestra opinión, de al menos 25 de cada cien.

La Inteligencia Artificial toma el control

La inteligencia artificial, comúnmente abreviada como IA, está progresando rápidamente. En el mundo científico es común la creencia de que, en unos pocos años, la IA será capaz de realizar la mayoría de las actividades mucho mejor que los humanos. Algunos incluso especulan que para 2041, la IA alcanzará la "singularidad tecnológica".

La singularidad es un término acuñado por primera vez por el matemático John von Neumann en la década de 1950. Se refiere a un momento en el que el progreso tecnológico se acelera tan rápidamente que predecir el futuro se vuelve difícil. En el contexto de la inteligencia artificial, la singularidad se refiere al punto en el que las máquinas se vuelven más inteligentes que los humanos, dando paso a una nueva era de avance tecnológico y cambio social.

La idea de la singularidad ha ganado terreno en los últimos años, y muchos expertos prevén su inevitabilidad. Algunos argumentan que podría ser un desarrollo positivo, que conduzca a avances significativos en campos como la medicina, la energía y el transporte. Otros, sin embargo, advierten que si no se gestiona adecuadamente, podría tener consecuencias desastrosas para la humanidad.

Imagine un mundo en el que las máquinas puedan tomar decisiones por sí mismas, sin ninguna intervención humana. Los expertos temen que estas máquinas puedan desarrollar sus propios objetivos y motivaciones que pueden no coincidir con los nuestros. Esto podría conducir a un mundo en el que los humanos estén a merced de las máquinas, sin forma de predecir o controlar sus acciones.

Si bien esto podría conducir a un aumento de la eficiencia y la productividad, también podría tener un impacto profundo en el mercado laboral y provocar importantes trastornos sociales. Para el año 2200, en su peor forma, creemos que este escenario tiene una probabilidad de ocurrencia de 30 sobre cien. Y eso es todo...

Por supuesto, hemos omitido muchos otros peligros, como el malestar social, las migraciones, el mal gobierno y el auge de regímenes despóticos. Pero estos factores son muy difíciles de cuantificar y, además, ya podemos verlos en acción en el mundo actual. Las nuevas tecnologías, al igual que los cambios sociales, podrían dar lugar a nuevas formas de gobierno. Potencialmente mejores, pero también potencialmente mucho peores que las actuales.

Como siempre, ¡todo lo que queda es que esperemos!

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